Aplicar este programa de regresión histórica sin represión y aniquilación sistematizada era  imposible. Por lo tanto y siguiendo los preceptos del imperio, se entrenaron en la “Escuela de las  Américas” y no conformes con ello, tomaron las tenebrosas enseñanzas de la “Escuela de  Paracaidistas Franceses”, educándose en la doctrina de “la seguridad nacional”, la misma que  ambas potencias aplicaron en Argelia y Vietnam para eliminar a los patriotas que se enfrentaron  al poder imperial. Destacados alumnos de esas escuelas de asesinos, prolijamente aprendieron  los métodos de la “guerra sucia”, imponiendo un régimen de terror entre 1976-1983, que violó  sistemáticamente los derechos humanos más elementales. No sólo se censuraba, se prohibía, se  perseguía o se encarcelaba, sino que se instalaron campos clandestinos de detención, para  secuestrar ilegalmente, torturar y asesinar masivamente y sin juicio previo, ni derecho a defensa,  a miles y miles de personas sospechadas de ser opositores políticos o supuestos terroristas.  Nadie, en su sano juicio, puede creer que era necesario exterminar 30.000 terroristas en el país.  La cuestión era otra: había que aniquilar una generación politizada y comprometida con su  pueblo y con su tiempo, que se oponía a retornar al pasado, que defendía la soberanía popular y  la democracia política, para construir un país emancipado, sin privilegios, ni tutorías extranjeras. Creyéndose dioses de un falso Olimpo, se erigieron en dueños de la vida y de la muerte, cegando  miles de promisorias existencias. Haciendo carne (quemada) el precepto “Noche y Niebla” uno de  los axiomas fundamentales del terrorismo de estado, a fin de inocular un miedo paralizante en la  sociedad, los suprimieron de la vida física y civil, les quitaron entidad y materialidad, los  disolvieron de la vida cotidiana, imponiendo en la aborrecible palabra “desaparecida/o”.